Ganadores del concurso de relato corto
Autora: Marina Costa Lacuesta
1
Liverpool.
Año 1765.
La jornada laboral había acabado. Sally
estaba cansada, llevaba trabajando desde las seis de la mañana, y ya eran las
ocho de la tarde. Tenía hambre. No había comido nada desde el mediodía, y su
comida había consistido en apenas un trozo de pan y algo de queso que su
hermano había conseguido robar en el mercado. A la salida de la fábrica esperó
a su madre, Anna, que también trabajaba en la fábrica textil. Su madre tenía
cara de cansancio. Últimamente tenía unas ojeras enormes y se estaba quedando
muy delgada. Había soportado dos embarazos (uno de ellos doble) y, aunque tenía
25 años, aparentaba unos cuarenta. Sally tenía unos 6 años, al igual que su
hermano gemelo Jack, que trabajaba en una mina de carbón con su padre, William.
Este tenía 26 años, pero también aparentaba muchos más, ya que el trabajo en una mina era muy duro. Además, Sally también tenía otro hermano más, Tom, de 3 años, que aún era pequeño para trabajar. Por todo esto, su madre nunca podía descansar en condiciones, ya que cuando no estaba trabajando tenía que cuidar de su familia. También vivía con ellos la abuela de Sally, Jane, que trabajaba cocinando en una casa burguesa. Aunque ya era bastante vieja, aún tenía fuerzas suficientes para poder cocinar. Su abuelo había muerto años atrás a causa de una enfermedad crónica respiratoria que le produjeron tantos años trabajando en una mina de carbón.
Este tenía 26 años, pero también aparentaba muchos más, ya que el trabajo en una mina era muy duro. Además, Sally también tenía otro hermano más, Tom, de 3 años, que aún era pequeño para trabajar. Por todo esto, su madre nunca podía descansar en condiciones, ya que cuando no estaba trabajando tenía que cuidar de su familia. También vivía con ellos la abuela de Sally, Jane, que trabajaba cocinando en una casa burguesa. Aunque ya era bastante vieja, aún tenía fuerzas suficientes para poder cocinar. Su abuelo había muerto años atrás a causa de una enfermedad crónica respiratoria que le produjeron tantos años trabajando en una mina de carbón.
Sally y Anna llegaron a casa. Allí estaban
Tom y Jane, que solo trabajaba unas pocas horas al día y podía cuidar del niño.
La casa se encontraba en uno de los barrios obreros de Liverpool. Tenía una
sola estancia en la que había una chimenea para cocinar, una mesa con diversas
sillas y unas camas en el fondo donde dormían todos. Además, contaban con un
pequeño huerto trasero, que también utilizaban como servicio.
-Hola madre, ya hemos llegado. –dijo Anna,
saludando a su madre y cogiendo al niño en brazos. -¿Crees que Will y Jack
tardarán mucho en volver?
-No creo, ya sabes que siempre vuelven sobre
las nueve, cuando se hace de noche. Trabajan de sol a sol. –contestó Jane,
mirando por la única ventana de la estancia. –Bueno, ya es hora de que vaya a
casa de mis señores. Hay que prepararles la cena. Intentaré guardar las sobras
para traerlas.
-De acuerdo. Ten cuidado por las calles, que
en breve anochecerá.
Jane le dio un beso a Sally y se fue. Esta
se dirigió hacia su colchón y rebuscó entre la paja para sacar su muñeca de
trapo, que tenía escondida para que Tobby, su perro, no se la comiera. Su madre
se puso a pelar unas patatas para hacer la cena. Al rato llegaron su padre y su
hermano, llenos de hollín.
-Hola familia, ya estamos de vuelta. –dijo
su padre al entrar.
-Ay Will, estáis completamente negros… Anda,
salid fuera a lavaros un poco.-dijo su madre, abriendo la puerta del huerto.
Allí tenían un cubo con agua, que llenaban
en el río o cuando llovía, y se lavaron la cara y las manos. El agua se volvió
más negra de lo que ya estaba, ya que el río estaba muy sucio porque las
fábricas se situaban justo al lado. Volvieron a la casa y se dejaron caer en la
cama, exhaustos.
La cena consistió en unas pocas patatas y
algo de pan, acompañados con agua o algo de vino. Todos comían del mismo plato,
sentados alrededor de la pequeña mesa, y con las manos.
2
Al día siguiente volvieron a madrugar. Anna
y Sally fueron a la fábrica textil, y Will y Jack a la mina. En la fábrica
habían instalado nuevas máquinas que, según el dueño, se llamaban Spinning-jenny. Estas podían hilar hasta
ocho hilos a la vez y funcionaban a vapor. Sally estaba acostumbrada a usar
otras máquinas más sencillas, como la lanzadera volante, y no sabía cómo hacer
funcionar esta nueva máquina. Por eso, ese día se llevó muchos correazos por
parte del supervisor, que consideró que Sally le estaba tomando el pelo porque
no le apetecía trabajar. Su madre la miraba con lástima desde la fila de
enfrente, ya que no podía hacer otra cosa, pues se exponía a que las
despidieran a las dos.
3
Por otro lado, Will y Jack se pasaron el día
transportando vagones llenos de carbón. Se los ataban a la cintura y tiraban de
ellos cuesta arriba. Así durante las 15 horas que trabajaban al día.
4
Volvían a casa y hacían lo mismo de siempre:
la madre hacía la cena; la abuela se iba a trabajar; Sally jugaba con su
muñeca, con el perro o con Tom; su padre se tumbaba en la cama, cenaba y se
acostaba; Jack hacía lo mismo, no tenía fuerzas ni para jugar.
Los sábados solo trabajaban a media jornada,
teniendo así la tarde libre. Los domingos ni siquiera tenían que ir a trabajar.
Se dedicaban a dormir, acudir a la iglesia y lavar la ropa en el río, donde a
veces incluso se podían bañar. Los niños acudían a la escuela para aprender a
leer y a rezar. Ellos preferían estudiar a tener que trabajar.
Año 1775. Las cosas habían cambiado. La
abuela Jane había muerto por su avanzada edad, con lo que había un salario
menos en la familia, pero también una boca menos que alimentar. Sally ya tenía
16 años. Lejos de parecerse a una joven burguesa, ella aparentaba ya casi los
20 años. Después de tantos años trabajando en la industria textil, tenía las
manos ásperas e incluso alguna arruga alrededor de los ojos con espesas ojeras,
debido a la falta de sueño. Su hermano Jack también aparentaba más de lo que
tenía. Aunque había desarrollado bastantes músculos por el intenso trabajo que
realizaba, estaba demasiado delgado. Él ya estaba prometido con la hija de los
vecinos, Betty, y se casarían dentro de poco. Su hermano Tom ya tenía sus 13
años. En lugar de trabajar en la mina, sus padres habían considerado que sería
mejor emplearlo en la fábrica textil, donde no se cansaría tanto y el salario
era prácticamente igual. Su padre, Will, ya estaba bastante viejo. Empezaba a
tener problemas respiratorios, por lo que todos sabían que no viviría más que
unos pocos años más. Su madre también estaba muy deteriorada. Tenía el pelo
canoso y sus dientes ya no estaban enteros, pero aún así no había abandonado su
trabajo.
En la fábrica habían incluido una nueva
máquina, la Water-frame, que
utilizaba la fuerza del agua para tejer hilos más resistentes y gruesos que la Spinning-jenny. Por otra parte, en las
minas de carbón seguían el mismo sistema de siempre.
Dos años más tarde, Jack y Betty esperaban
su primer hijo, que no tardaría en nacer. Sally estaba prometida con Richard,
otro de los vecinos, que trabajaba en la industria sIderúrgica. Esta estaba
teniendo mucha importancia en el desarrollo de nuevos transportes, y se decía
que pronto inventarían una máquina que no necesitaría ser tirada por caballos
para funcionar.
Un día, Sally y Tom estaban con su madre
esperando a que llegara su padre para cenar. Betty tocó a la puerta y se unió a
ellos, porque los hombres estaban tardando mucho en volver. Al fin, entró Will por la puerta. Su cara no
presagiaba nada bueno.
-Vaya, Betty, estás aquí…-dijo Will, que no
sabía qué hacer.
-Cariño, ¿qué ocurre? Te noto diferente.
–dijo Anna, preocupada.
-Yo…esto…no sé cómo decirlo…
-Venga, padre, no nos tenga en ascuas. –dijo
Sally, que se temía lo peor.
-Está bien…Jack ha muerto.
-¡¿QUÉ?! – Anna se levantó de un salto de la
silla. -¡No puede ser! Mi hijo…
-¡NO! ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? –preguntaba
Betty, llorando y sujetándose a Anna.
-Estaba transportando vagones cuesta arriba
cuando se ha roto la correa del que iba delante de él, y el vagón que llevaba
este ha caído hacia abajo, aplastándole contra su propio vagón.
-No…no es posible…-repetía Betty, alterada.
-¿Y qué ha pasado con su cuerpo?
-Está en muy mal estado…Lo he traído en un
ataúd cedido por la empresa, pero no os recomiendo que lo veáis. Mañana le
daremos sepultura.
-¡Se muere un trabajador y ni siquiera se
preocupan! ¡Pienso ir a reclamar! –decía Tom, furioso.
Sally se acercó a Tom y le dio una bofetada
en la cara.
-¡No digas tonterías! Lo único que
conseguirías es que echaran a padre de la empresa.
-Me han pagado algo de dinero por el
accidente, aunque no es mucho. –dijo Will, triste. –Lo mejor será dejar las
cosas como están. Aunque ya me gustaría poder ir a reclamar. Pero no tenemos
derecho a ello. Así son las cosas.
“El obrero tiene más necesidad de respeto que de
pan”. Karl Marx.
Esa noche, Betty se quedó viuda y con un
hijo a punto de nacer. Una mujer viuda era considerada de lo más bajo, y habían
pocas probabilidades de que consiguiera volver a casarse.
Unas semanas más tarde, murió Will. No había
podido recuperarse de sus problemas respiratorios, que le llevaron a la tumba.
Así, la familia de Sally, los Hudson, redujo a sus miembros a la mitad en unos
pocos años. Anna estaba hecha polvo, y ya no estaba en condiciones de seguir trabajando
en la fábrica. El único dinero que aportaban a la familia era el de los
salarios de Tom y Sally, sin duda insuficientes, ya que también debían mantener
a Betty y a su hijo, al menos por un tiempo. Las cosas estaban tan mal, que Tom
empezó a recurrir a los robos. Robaba comida en los mercados y a veces incluso
podía quitarle algo de dinero a un burgués despistado. Por su parte, Sally
recurrió a la prostitución para intentar mejorar la economía familiar, aunque
dentro de poco tendría que casarse. Sus clientes eran todos burgueses, que se
podían permitir toda clase de lujos.
Al año siguiente, en 1778, Anna murió. Sally
se marchó a vivir con Richard, su esposo. A sus 19 años ya esperaba su primer
hijo, aunque no abandonó la fábrica. El pelo ya se le empezaba a volver blanco
y tenía las manos completamente arrugadas, además de algún que otro hueso
dislocado por el taller de cardado en el que trabajó durante un tiempo. A
Richard le iba muy bien en el trabajo, que había tenido un auge impresionante.
Tom se
quedó con la casa. Había perdido dos dedos trabajando en la fábrica. Una
máquina le enganchó la mano mientras intentaba soltar una bobina que se había
quedado enganchada, y por poco no pierde la mano entera. Había recurrido al
parlamento inglés para denunciar la situación en la que trabajaban: niños
descalzos que podían cortarse los pies con las máquinas, personas esqueléticas
a causa de los míseros salarios, problemas de salud, explotación infantil, largas
jornadas laborales… Sin embargo, lo más probable era que no fuera tomado en
cuenta porque no tenía dinero.
“Los trabajadores no tienen nada que perder, salvo
sus cadenas.” Karl Marx
5
BIBLIOGRAFÍA:
Autora: Patricia Tornero
Estimada
persona, si usted está leyendo esto es porque yo, Doña Helen Mc Gregor, ya no
estoy entre vosotros, los motivos por los cuáles escribí todos estos cuadernos
escondidos en este cofre se los relato en el primero de los muchos cuadernos
que aquí puede observar. Comenzaré presentándome y contándole mi situación.
Yo,
Helen Mc Gregor, soy o fui, la mujer de uno de los más importantes del mercado
textil, mi marido, George Mc Gregor, es el dueño de Luna, una asociación
anónima que agrupaba la mayoría de fábricas textiles de Londres; él, es, ¿Cómo
definirlo? Una persona amable, pero avariciosa, tranquila, pero alterada,
tienes que saber como tratarlo para que no se enfade, puesto que tiene mucho
poder tanto social como político y administrativo, todo el mundo lo trata con
mucho respeto, por miedo, supongo. Yo, tras muchos años de estar casada con el,
conozco su carácter a la perfección, cada detalle, todo.
Por
este mismo motivo me escondo para escribir estos cuadernos, porque cuando estoy
con él y organizamos meriendas en el salón de
actos de nuestro palacio, yo soy solamente la señora de Mc Gregor, por lo cual
solo saludo a los invitados y hablo con las mujeres de otros señores burgueses,
las cuales están a los pies de sus maridos, todas se quedan calladas o juegan a
tenis, sin embargo, a mi esa situación no me gusta, por eso mientras mi marido está
de viaje o en la empresa, yo, intento aspirar a algo más que ser la señora de
Mc Gregor, no quiero ser su sombra, quiero ser Helen.
Si
mi marido estuviera leyendo esto probablemente se sentiría por un lado
traicionado, pero espero que por otro orgulloso, ya que muchos de sus logros
los ha logrado gracias a mi, gracias a Helen, Helen Mc Gregor, y a mis ganas de
aprender y de no ser la sombra de nadie, a mis ganas de ser alguien más que la señora de.
Tras
contaros mi situación ya os podréis imaginar que para mi no ha sido nada fácil
realizar todo eso. Al principio a mis
sirvientes, los cuales me han ayudado muchísimo, todo esto les parecía una
locura, pero al cabo del tiempo les fue pareciendo buena idea, ya que las
mujeres también tenemos derecho a expresarnos, ¿o no? Pues desde el primer
momento que me interesé por aprender a ser
alguien más que la señora de, ya empecé a ser alguien importante, sin haber hecho
nada, solo intentarlo, quise aprender a coser, a cocinar, a leer y a escribir,
a crear poesías y pinar cuadros y sobre todo, a valerme por mi misma, a no tener
que depender de nadie.
En algunos momentos mi marido sospechaba, porque pasaba mucho
tiempo con los sirvientes, pero no le daba la mayor importancia, de lo único
que se ha preocupado siempre ha sido de mantener su imagen limpia y lo único
que me pedía era que cuando viniera visita a casa, me comportara como la señora
de Mc Gregor, una esposa guapa, fiel y que viviera
por y para su marido. Pero mientras no tuviéramos visitas yo era una persona
que quería ir más allá que otras mujeres que se comportan siempre como si
tuvieran visita, de ahí que cuando les conté a otras mujeres de (apellido de
sus respectivos maridos) se rieran de mi, decían que me apoyaban pero que era
una locura intentar salir de la sombra de tu marido, que estaba muy mal visto
que no viviera por y para el, a lo que yo conteste, yo vivo por y para mi
marido, pero también quiero vivir por y para mi, quiero tener mi propia sombra,
no ser la sombra de alguien; ellas lo entendieron, les parecía bien visto desde
ese punto de vista, pero seguían diciendo que parecía una locura, pero que si conseguía salir sana y salva de
esta aventura en la cual me había embarcado ellas seguirían mi paso, se podía
decir que éramos como una asociación más en la cual yo lideraba y ellas
esperaban resultados para actuar, me parecía bien, bueno no del todo, pero
sabia que me apoyaban. Poco a poco iban viendo resultados, poco a poco iban
actuando con sus sirvientes, al igual que yo a espaldas de sus maridos.
Decidimos
que iríamos creando aficiones, bueno, mejor dicho “aficiones” ya que serian
futuros proyectos, yo, empecé a dibujar bocetos de ropa, y se los iba enseñando
a mi marido como tonterías que había hecho para entretenerme, gracias a esto,
surgieron los mejores diseños de moda de Luna.
Pero
poco a poco, yo me fui cansando de tener
que esconderme y mi marido se fue dando cuenta que mis diseños eran más
que un simple aburrimiento, al principio, no decía nada, ya que todos mis
diseños, se iban convirtiendo en beneficios, grandes beneficios, llego un
momento en el cual se canso de tanto dinero, coches, trajes, fiestas ¡tanto de
todo!, entonces, y solo entonces, fue cuando decidió que ya era bastante, y me
dijo que ya estaba bien de tantos dibujos, que eso no era cosa mia, que para
eso ya estaban sus trabajadores, a lo que yo le respondí que ya estaba harta de
ser la señora de Mc Gregor, de estar a su sombra y que por eso había hecho todo
lo que había hecho, y que por eso no le iba a pedir disculpas, ya que no se las
merece, por tratarme como me trato. El reaccionó
como nunca había reaccionado, me golpeó en la
cara, dejé de hacer diseños durante un tiempo,
pero solo aparentemente a la cara de mi marido, porque poco a poco fui creando
una empresa, Sol, lo contrario que mi marido, hice millones de diseños, para
hombres, para mujeres, para niños y niñas, para todas las edades, incluso para
ropa de casa, poco a poco fui buscando ayudantes y confeccionándolo todo,
hicimos un cartel para anunciar la apertura de la tienda, era algo misterioso,
pero eso lo hacia mas intrigante e interesante, por el cartel se daba a
entender que era de ropa, pero nadie sabia nada. Llegado el gran día, le conté
todo a mi marido se enfado mucho, pero no le di la mayor importancia ya que yo
pasaba la mayoría del tiempo en la tienda, con el tiempo se le paso el enfado,
hasta que mi tienda se creció tanto que cobro mayor importancia que la suya,
eso fue lo que le hizo despertar, entonces fue cuando no pudo más y se suicidó.
Yo ahora soy Helen Mc Gregor, la mayor diseñadora de moda de Londres.
Ambas historias son muy buenas, ya que reflejan muy bien lo dura que era la vida en la Primera Revolucion Industrial, no tenían dinero para comprar casi ningún alimento, y se alimentaban a base de patatas. La vida en esa época es muy dura para la gente menos privilegiada, donde no tenían nada. Y estaban todo el día trabajando.
ResponderEliminarLas dos historias sobre la Revolución Industrial están muy bien hechas ya que dicen como es la vida en esa época en la que solo pueden permitirse una comida en condiciones y los lujos los burgueses, por otra parte también hablan de lo duro que era el trabajo en aquellos tiempos y lo peor es que no se podían queja ya que si se quejaban se arriesgaban a ser despedidos de la fabrica.
ResponderEliminarEn la primera historia se refleja lo dura que era la vida para todos los miembros de las familias mas pobres durante la Primera Revolución Industrial, en la que todos los miembros trabajaban de sol a sol para apenas conseguir alimento con el que subsistir.
ResponderEliminarEn el segundo relato se refleja lo dura que era la vida para las mujeres de la época, incluso cuando económicamente eran privilegiados.
La primera historia contrasta lo contrario de la segunda historia, se ve la pobreza de una familia que no tienen nada para comer ni para vivir, trabajaban por una miseria, hasta el mas pequeño Sally
ResponderEliminarLa segunda historia es muy interesante para mi, ya que habla la mujer de que quiere se algo más, quiere aprender a hacer cosas para valerse por ella misma, su marido solo quiere limpiar su imagen y ve tan solo lo que le interesa.
La primera historia muestra la precariedad y la pobreza de la época, además de las condiciones laborales de los trabajadores y de la superioridad de la "gente rica".
ResponderEliminarEn la segunda historia, los protagonistas son personas ricas, en especial una mujer, la cual se queja de los derechos de la mujer, ya que su marido puede hacer infinidades de cosas que su esposa no puede hacer.